El barro se fortalece por medio del fuego, el amor por medio de la amistad

El barro se fortalece por medio del fuego, el amor por medio de la amistad

Febrero se ha despedido, y con su final, también hemos dejado atrás San Valentín, esa época dedicada a celebrar el amor, especialmente en su forma romántica y en el contexto de las relaciones de pareja.

El enamoramiento es hermoso y, a menudo, incontenible: un sentimiento arrasador que carece completamente de sutilidad y podría ser la experiencia más intensa que vivimos. La vida transcurre en calma hasta que, inesperadamente, alguien aparece y nos descoloca por completo. Nos enamoramos de cada detalle de esa persona: su esencia, su aroma, sus ideas, su voz, su movimiento, el modo en el que nos pronuncia el nombre. Esa misma persona que, aunque estuviese allí, no habíamos notado de esa manera, y que de pronto vemos bajo una luz nueva y reveladora. Nuestro cerebro se ve inundado de hormonas y nuestras neuronas espejo se activan a saco, al punto de llegar incluso a sentir atracción por aquello que intuimos que a esa persona le pueda gustar.

Se dice a menudo que nos sentimos engañados cuando la realidad de la otra persona sale a la luz después de la fase de enamoramiento. Sin embargo, no es un engaño, sino una fascinación natural que, si no existiera, probablemente nos sería imposible reproducirnos. Este mecanismo puesto en marcha por la sabia naturaleza nos facilita emparejarnos y comprometernos, mostrar la mejor versión de nosotros mismos y adaptarnos fácilmente a la otra persona.

Pero la naturaleza nos lleva sólo hasta cierto punto. Luego, estos intensos sentimientos iniciales ceden paso a una nueva etapa, marcada por el respeto y el cariño. Si hemos construido una familia, surge el compañerismo para llevar a cabo las tareas cotidianas. En este punto, también enfrentamos el riesgo de caer en una dinámica peligrosa, donde el peso de las numerosas responsabilidades compartidas puede apagar la llama de la relación. Y es entonces cuando, ya que la naturaleza ha dejado de ayudarnos mucho, debemos esforzarnos y trabajar de manera consciente en mantener viva la conexión. Este es el punto en el que mi pareja y yo nos encontramos.

Quienes nos conocen a Manu y a mí, saben que somos dos personas muy diferentes. Aunque tenemos cosas importantes en común como la sensibilidad por la belleza, el amor por la cerámica, ciertas ideas filosóficas y valores morales y espirituales; sin embargo, venimos de culturas diferentes, nuestros temperamentos no podrían ser más distintos, y nuestros ritmos de hacer y de pensar tampoco.

A veces me pregunto por qué entrelacé mi vida con una persona tan distinta a mí. ¿Cómo es posible que, con todas nuestras diferencias, aún no nos hemos sacado los ojos (a pesar de haberlo deseado los dos en algunas ocasiones) y, sin embargo, seguimos juntos, con ganas y con ilusión? La única respuesta viable es que la amistad ha hecho todo esto posible. Manuel fue la primera pareja que tuve con la que, antes de que surgiera el romance, fuimos muy buenos e íntimos amigos. Y creo que realmente esta amistad es el fundamento de nuestra relación. De ella proviene el superpoder que tenemos hoy para seguir compaginando y encontrar el camino el uno hacia el otro, por muy difícil que a veces parezca.

La amistad verdadera es la base de toda relación humana constructiva. Las relaciones con nuestras parejas, con nuestros colaboradores, con nuestros jefes o empleados, con nuestros hijos, con nuestros padres, son mucho más positivas y fluidas si tienen como valor intrínseco la amistad.

Leí recientemente un artículo que decía que la amistad es el primo feo del amor. Me hizo reír, y he de decir que no pienso lo mismo. La amistad es lo que brinda solidez y autenticidad a nuestros vínculos humanos. Es lo que permite que las relaciones florezcan sin expectativas o presiones indebidas. Es la gratitud por lo que cada uno puede dar y la libertad para ser uno mismo.

Lejos de ser el ‘primo feo del amor’, creo que la amistad es realmente el polvo de hadas de toda relación exitosa y sana.

Aunque inicialmente quería dedicar esta entrada al amor, me he dado cuenta de que estoy acabando hablando más sobre la amistad. Sin embargo, creo firmemente que ambas son inherentes entre sí: no puede existir un verdadero amor sin amistad, ni una verdadera amistad sin amor. Los amigos deben ser valorados como el bien más preciado que tenemos, estén entre nuestras parejas, familiares, compañeros de trabajo, o sean simplemente amigos sin ninguna implicación adicional.

Mantengámoslos cerca, cuidémoslos y esforcémonos por crear juntos momentos hermosos; después de todo, son las experiencias compartidas lo que al final del día realmente nos queda. No necesitamos esperar a un cumpleaños, Semana Santa o Navidad; el simple hecho de estar vivos y sanos es razón suficiente para reunirnos y disfrutar juntos de la vida.

En 137º hemos diseñado ‘Cerámica con Amigos‘, una serie de experiencias para disfrutar en grupo, creando un espacio inolvidable lleno de significado, risas, afecto y complicidad. Os invito a descubrirlas y recordad que estamos a vuestra disposición para orientaros en la reserva de cualquiera de ellas o para atender vuestras sugerencias y comentarios.

Un fuerte abrazo a todos,

Dalia Sofronie